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Foto del escritorAldo Muñoz Castro

La violencia genera violencia. Una experiencia en el Estadio Alfredo Harp Helú

Hace un tiempo mi maestra y mentora, quien me enseñó Psicología Clínica a un nivel como nadie antes me había enseñado (con ella aprendía a hacer “clínica”) y, además, me enseñó a integrarla para aplicarla junto con la psicoterapia de la Gestalt, a través de otra persona, me compartió otro aprendizaje. Nos hizo entender que parte del problema de la violencia, es que hombres y mujeres somos violentos, el no entenderlo así, nos impide darle la dimensión correcta al fenómeno y, por lo tanto, nos mantiene lejos de poderlo abordar de forma efectiva. Se que decir que las mujeres también son violentas, son palabras delicadas, porque por ningún motivo busco justificar la violencia que han vivido durante siglos, ya sea derivada del machismo o como producto del patriarcado, es innegable hablar de una disparidad entre hombres y mujeres que a limitado la libertad y capacidad de hacer una vida más libre para esta últimas, donde han sido muy lastimadas.


Otra parte del problema de la violencia (no puedo decir si hay más aspectos a resaltar, pero no lo dudaría) es que no aceptamos cuando somos violentes o violentas, lo peor de esto, es que, en muchos momentos, ni siquiera somos conscientes de que la ejercemos. Es muy fácil generar un juicio y señalar al “malo”, pero ver cómo somos participes en una situación, no es algo común que lo hagamos. Las redes sociales nos dan un ejemplo muy claro de esto. A través de la distancia, junto con el anonimato que un perfil nos brida, millones de personas escriben comentarios violentos en las redes sociales. Lo que más me asombra son las personas que, ante el acto de violencia que se evidencia en una reda social como X, por ejemplo, el hombre que aventó un perrito a un cazo con aceite hirviendo, los comentarios emanados de los perfiles que comentaban la noticia pedían, sin menor piedad, que lo mataran, le hicieran lo mismo, etc. Si eso escribieron, puedo imaginar lo que incluso llegaron a pensar. Si les cuestionamos sus comentarios, seguramente dirán que ellos no son los violentos, violento el otro, ellos no.




La violencia es un tema del que hablo y trabajo constantemente en el presente como psicólogo. Lo abordo mucho en el espacio de psicoterapia para ayudar a mujeres a entender que la han vivido y cuando la han ejercido en sus relaciones de pareja o con sus hijos; también para ayudar a los hombres para que sensibilicen sobre esta, sobre la que ejercen y sobre la que han ejercido sobre ellos. El tema, además, lo trabajo como perito (tanto en la práctica privada como siendo perito para el Consejo de la Judicatura Federal), centrándolo en el tema del “daño psíquico” que es, la traducción correcta para poder aterrizar el término legal de “daño moral”. Más allá de lo profesional, la violencia para mí es parte de una reflexión de vida necesaria, porque los tiempos nos piden hacer conciencia y la conciencia no se puede evitar cuando uno lleva un proceso de psicoterapia. El tema esta más cercano en mi vida, porque como hombre, es muy común vivir violencia y es más común estar desensibilizado a esta o sentirse incapaz como hombre o no lo suficientemente “hombre”, cuando no la “aguantas” como el mundo dice que la debes “aguantar”. Todas estas líneas escritas aparecen para algo.

Esto lo escribo después de que hace aproximadamente una hora (sábado 27 de julio del 2024), me sacaron del estadio de beisbol Alfredo Harp Helú, fue por una situación que se puede catalogar, claramente, como un hecho violento. En todos mis años de acudir a ver jugar a los Diablos Rojos del México (así se escribe y así se dice), nunca me había pasado algo similar. Lo curioso es que no sentí vergüenza por lo sucedido, lo interesante, es como se suscitó todo el hecho. La oportunidad de ser una persona que ha trabajo por años su claridad para ver el mundo, la vida y poder ayudar a otros, me da pie a poder hacer un análisis de los hechos para generar una reflexión.

Mi historia con los Diablos Rojos (que es parte de la historia de mi profundo y gran amor por el beisbol) la podría describir en una frase que mi mamá me dice “Tú siendo un bebé te cambia (en plena tribuna) los pañales en el Parque del Seguro”. Soy una persona que antes de tener conciencia de la vida, ya seguía a los Diablos Rojos, desde que jugaban en el Parque del Seguro Social que hoy en día es el centro comercial Parque Delta. Recuerdo vívidamente a mi padre, estando en casa, previo a un partido, preparándonos sándwiches, cortando el pan para que quedaran de forma triangular y con meticulosidad los acomodaba en un tupper grande de color azul claro porque su destino era alimentar a los 5 miembros de la familia y evitar el hambre durante las aproximadamente 3 horas que podía durar un juego. En aquellos tiempos se podía llevar comida al estadio y para una familia de clase media, era imprescindible ahorrar en lo que más se pudiera. También recuerdo con mucha viveza como en el Parque del Seguro Social la gente se levantaba y comenzaba a cantar la canción “Falsaria” (Oye Salomé) para corear la frase “Oye Salomé, ¡perdónalo!”. Lo hacían ante la presencia del relevista (y creo también cerrador o taponero) Salomé Barojas. Perfecta presentación para atemorizar al rival y anunciar la presencia de un pitcher impecable en momentos culminantes. El canto del público que clamaba piedad “por sus víctimas”, los bateadores del equipo contrario, era a su vez la forma de construir una atmosfera para atacar, de forma psicológica, al rival.


Más claro en mi memoria tengo recuerdos de los juegos de los Diablos Rojos siendo su casa el Foro Sol/Foro GNP, un espacio adaptado para que ahí jugaran beisbol los Diablos Rojos, pero en sí, es un espacio para conciertos. No olvido aquella final cuando salí corriendo, a toda mi velocidad, desde el lado de la tribuna del Jardín Derecho, para ir a comprar los boletos para el séptimo, y definitivo, juego entre los Diablos Rojos del México y los Tigres Capitalinos, la tan famosa “Guerra Civil”. Me había puesto de acuerdo con mi hermano para que en el momento en que cayera el out 27 del sexto juego (obviamente si los Diablos ganaban este crucial juego habría uno último), salir disparados los dos a las taquillas del Foro Sol y hacer fila para comprar las tan anheladas entradas para el último juego de la final. Recuerdo correr, bajando y brincando escalones, creo que yo llegué primero (no por ser más rápido, más bien porque salí primero de la tribuna) y mi hermano atrás de mí. La distancia no importaba, el poder presenciar la remontada de los Diablos en esa sería final lo valía todo. Recuerdo también, al llegar a la taquilla, como mi hermano se pegó detrás de mí y todos los que ya estábamos en la fila, nos pegamos, los unos a los otro, para evitar que alguien se “colara”. Valió la pena esa aventura, los Diablos ganaron ese último juego y los vi campeones.

Igualmente valió la pena cuando los vi campeones en el 2014, fue la final contra los Pericos de Puebla y tuve la oportunidad de verla “toda”. Los Diablos barrieron esa serie, sin embargo, estoy convencido que, si no hubieran ganado esos 4 partidos seguidos, los Pericos hubieran sido campeones porque tenían un gran equipo, era la única manera de parar a ese equipo. Esa vez pude ir a Puebla para presenciar los dos primeros partidos y los otros dos juegos, repartidos en tres días, porque un día se suspendió por lluvia y se reanudo al día siguiente. Me encanta recordar como mi hermano y yo nos paramos a gritar porras a los Diablos y ver todo el estadio “Hermanos Serdán” (casa de los Pericos de Puebla) sentados, nuestros gritos, que hacían eco en el silencio del estadio, eran ante las jugadas y anotaciones que los Diablos hacían. Mi papá y yo pudimos estar en esos cuatro juegos, incluyendo su fuga de su trabajo para ir al juego que se reanudo un día después de que el día anterior se suspendiera por lluvia. Es el campeonato más especial que viví porque mi padre y yo lo disfrutamos todo, para él, fue la última vez que los vio campeones, años y medio después, su corazón se detenía.


Justamente ese es mi mejor recuerdo del Estadio Fray Nano, ese pequeño campo de beisbol que se convirtió en un pequeño estadio que cumplió la importante labor de albergar y cuidar la afición de los Diablos Rojos, que con ansia esperaba su nuevo estadio. Recuerdo las veces que fui con mi papá entre semana, cuando yo tenía tiempo y el también. Compartir con él varios juegos mientras yo tenía el corazón roto y la vida desecha, fueron de mis últimos y mejores momentos (junto con otras vivencias) con él. El inicio de la temporada 2017, yo llegué antes que mis acompañantes, subí las escaleras, llegué hasta arriba a mi asiento, detrás de home plate y me fue inevitable llorar, esa era la primera temporada que sabía que no la iba a compartir con mi papá. El 21 de marzo del 2016, quien fue el culpable de adentrarme al universo del beisbol, moría en una nublada mañana de lunes. Sin su culpa, el beisbol no tendría cabida en mi vida, pienso que ni el dimensionó el cómo sus tres hijos se enamorarían tanto de ese “simple deporte”.

Para el año 2019, el Estadio Alfredo Harp Helú abrió sus puertas y más vivencias se han dado entre los Diablos Rojos, el beisbol y yo; mi historia con el beisbol ha crecido y la sigo compartiendo, cuando puedo, con quienes más amo. Sinceramente las cosas han cambiado bastante, hay nueva afición y yo soy claramente partidario de que muchas de las cosas que han hecho la organización de los Diablos Rojos del México, son bastantes cuestionables, como cuestionable es la afición a la que se han dedicado captar. Soy el primer partidario de aceptar los cambios, pero lo que veo es una nueva afición que se le ha vendido la idea de ir a ver al beisbol como fondo para ir a platicar, socializar y, lo peor de todo, alcoholizarse como si fuera un antro para hacerlo. La gente que hoy va no sabe de muchos de los códigos propios del beisbol, me refiero a lo que sucede en el juego, y a los códigos que implican estar en el estadio.

Cuando iba al Fray Nano algunos viernes no me gustaba ir, el ambiente era “pesado”, gente alcoholizada, que se ponía agresiva o hasta cierto punto violenta. Sus actitudes “escandalosas” (me refiero a la forma de actuar de una persona alcoholizada), eran incómodas, sobre todo para alguien que simplemente le interesa ir a ver beisbol. Hoy en día, aunque ya no se siente ese ambiente “pesado” en el nuevo estadio, también es incómodo. Personas que se paran y platican tapándote el juego, vendedores que no tienen idea (y también entiendo su necesidad de trabajar) que te estorban la visibilidad porque entregan un producto o pasan el cambio de una compra. Lo que no entienden es el beisbol no se le puede dejar de apreciar, porque en un segundo puede suceder algo mágico o trágico.


Una afición que tiene la idea de un antro con un partido de fondo es una afición de ocasión, no será el fanático que, dentro de 10 años, estará apostando por ver al equipo de casa, no tendrá afición nueva, porque no se apostó por enamorar a los niños que van al estadio, porque no se les enseña el juego y el amor por este bello deporte. Posiblemente solo irán por ir, no por ver lo asombroso que puede ser un juego de beisbol. La apuesta que han hecho los Diablos Rojos me parece errónea y el costo se verá en quizá una década, aunque algunas señales se comienzan a ver. No hace mucho tiempo, David Faitelson, en el programa de Tercer Grado Deportivo lo dijo: “…van chicos que, lo que menos les importa es el béisbol, van como si fueran a un antro”. Eso significa que mi percepción, que ya mucho tiempo antes la expresaba, es la misma. Los aficionados de siempre, los que seguiremos al equipo cuando la “moda” pase, nos sentimos poco atendidos. Comprar un abono hoy no vale la pena, tienes que acudir a condición de tener un precio “preferencial” para la siguiente temporada, es difícil ir a ver todos los partidos de local cuando hay 6 partidos en una semana. Los errores son garrafales. Se entiende una nueva afición, pero existe una responsabilidad en educarla, en enseñarle el juego, si no se apuesta a eso, esto solo será una tendencia pasajera y pronto pasará.


El día de hoy, a medio juego, en el cambio de entrada, mientras yo revisaba mi teléfono, mi hermano y mi primo se levantaron porque, para los que siempre hemos ido al beisbol “levantarse de su asiento entre entradas es válido, porque no afectas el juego, porque no hay juego en ese momento”. Es justo el tiempo adecuado para “descansar” de estar sentado (es imposible y no es sano estar sentado durante 3 horas), de la tensión del partido, ir al baño, comprar algo, para posteriormente regresar a tu asiento y seguir viendo el juego. Si regresas con el juego reanudado, solo llegas y te sientas, comprendes que no debes bloquear la visibilidad porque el partido ya se reanudó. Justo ese fue el problema del día de hoy, problema que culminó, salomónicamente, con la salida del estadio de varias personas, incluyéndome.

Mientras estaba en mi teléfono, escuché como mi hermano se hacia de palabras con una persona, mi primo y él estaban levantados y de espaldas al campo de juego, lo cual dice algo, no es que simplemente te voltees al lado contrario de donde se desarrolla el juego (el partido estaba en pausa porque estábamos en el cambio de entrada como ya recalqué) para ponerte a pelear porque sí, con personas que estaban a seis filas de ti (aproximadamente), es seguro que algo sucedió. Con 6 filas de distancia y sin un juego en marcha, la pregunta es ¿cómo le estorbas al otro su visibilidad?, cuando la idea es que vas a ver “beisbol”. Al ver que algo pasaba y al notar que le “decían de cosas” un señor ya grande (sesenta y tantos años) vi que había un problema. A los lados de este señor, había un hombre a su derecha y a su izquierda una chica y otro hombre joven. Vi esta escena y no entendía bien porque le decían de cosas, pero evidentemente me metí para defender a mi hermano. Me hice de palabras con el hombre joven que estaba a la derecha del señor, con un grado de violencia mayor del que ya estaba presente, porque defendería a cualquiera de mis hermanos como sea y más con la conciencia de como es este mundo y su violencia.


A pesar de que todo el mundo exprese que la violencia “es mala”, “no debe ser una respuesta” o “es acto de animales”, este mismo mundo tiene sobrada capacidad para violentar y, de nuevo, es bastante violento. Podría decir que todos somos capaces de ejercerla, por eso reitero que, en este punto del conflicto que narro, se estaba dando una violencia clara entre ambos grupos de personas. Ejercer la violencia, es algo que evito, a su vez, entiendo que, si no soy capaz de responder ante su presencia, puede ser peligroso para la integridad de cualquier persona. Es difícil medir cuando ejercemos la violencia para “dominar” y someter al otro, versus, a defenderte de la violencia que uno pueda vivir. Mi mentora y maestra también me enseño que “con la violencia no se negocia”, por lo tanto, ante su presencia, intento valorar la situación, pero procuro tener la capacidad para responder con la intención de cuidarme o cuidar a quien este cerca. Esta vez no iba a ser la excepción.


Mi suposición fue que estos 4 asistentes al partido (no les diré aficionados) comenzaron a gritarle a mi hermano porque como estaba de pie, bloqueaba su visión y para ellos eso era algo incorrecto. Al yo ver que quien le decía de cosas (realmente no pude escuchar qué en sí, pero por la respuesta de mi hermano no fue algo “amable” o “educado”) era el señor mayor, supuse que su molestia era porque “bloqueaba” su posibilidad de ver al grupo de porrista que sale justo entre el cambio de entradas para “entretener” a los asistentes, por su puesto esto es algo dirigido hacia los hombres y por supuesto es machista. Soy muy claro al respecto, no volteo a ver las porristas porque eso solo fomenta el machismo, porque son mujeres en trajes “diminutos”, es decir, que las sexualizan y las cosifican. Además, son parte de las cosas que “sobreestimulan sexualmente a los hombres” y generar frustración porque ves, pero no puedes tocar. Si el espectáculo fuera realmente un despliego de habilidades acrobáticas deportivas, un conjunto de hombres y mujeres que dan un pequeño show, en los espacios que el juego permite, sería otra cosa, pero, sinceramente, solo salen a bailar y sin mucha coordinación. Por tal motivo, regularmente ignoro su presencia, además de que, insisto, yo voy a ver el juego de beisbol, el resto, es relleno. (continuará)

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