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  • Foto del escritorAldo Muñoz Castro

Perrhijos (1ra. parte)

Muy frecuentemente olvidamos que somos parte de un todo que es mucho más complejo que nosotros. Ser una especie que ha logrado cierto dominio sobre el resto de la naturaleza ha provocado que la consideremos como algo que está a nuestro servicio y que se gobierna bajo nuestras leyes de vida. Tenemos la tendencia a “humanizar” nuestro entorno, es una acción consciente o inconsciente que se deriva de nuestra necesidad de comprender, explicarnos, interactuar o relacionarnos con el mundo. Se hace mediante la identificación o atribución de características, conductas, emociones o rasgos propios de los seres humanos a objetos inanimado y animales no humanos.

Tener una mascota en casa enseña a los niños a cuidar de otro ser, lo cual ayuda a desarrollar la empatía y disminuye la posibilidad de desarrollar conductas antisociales y psicopáticas.

La forma en que esta humanización está sucediendo con las mascotas, en particular, debido a las nuevas necesidades sociales y generacionales, se está volviendo peligroso por las implicaciones que considero hay detrás. No me queda duda que los animales domésticos son una bendición para las personas: como aliados para la caza, como guardianes del hogar, como acompañantes, etc. El vínculo que se ha construido con ellos es una sólida sociedad de la que nos hemos beneficiado y su contribución ha ido creciendo con el paso del tiempo. Por ejemplo, en la actualidad se sabe que benefician en la salud mental de las personas y en su desenvolvimiento emocional. Tener una mascota en casa enseña a los niños a cuidar de otro ser, lo cual ayuda a desarrollar la empatía y disminuye la posibilidad de desarrollar conductas antisociales y psicopáticas.


Un profesor en la maestría me enseño que los animales no tienen derechos por el simple hecho de que no son seres humanos, se legisla sobre ellos, las leyes que se generan se dirigen a quienes son dueños, propietarios o mantienen un contacto con algún animal y su intención es establecer las reglas de su manejo, cuidado, explotación, etc. Las mascotas no tienen una capacidad de raciocinio como los seres humanos tenemos, por lo tanto, se necesita protegerlos de la mano del hombre, y a la vez, al no tener dominio sobre sus instintos y no ser conscientes de sus conductas, requieren que quienes están a cargo de ellos asuman todas las responsabilidades derivadas de su relación con ellos.


Recuerdo una vez que estaba haciendo ejercicio, un perro se acercó a mí y comenzó a ladrarme, el animalito no traía correa, aunque no parecía que iba a hacerme daño tenía dudas de ello y enojo debido a que no es agradable estar bajo una situación de agresión. Por fin su dueña lo llamó (no, no tuvo la amabilidad, ni responsabilidad, de ir por el directamente), como si fuera un niño pequeño que se le dice “no hagas eso” o como si fuera un objeto que opera a mando de voz, le habló para que me dejara de ladrar. Yo le reclame a ella que no lo trajera con su correa, algo legislado en la Ciudad de México dentro del artículo treinta de la “Ley de protección a los animales del Distrito Federal”. Ante mi reclamo la dueña respondió: “a ti te gustaría que te amarraran”. Si algo más hubiera sucedido en esta situación, que el animalito me atacara o yo me defendiera, al final el más perjudicado de todo el hecho sería la mascota a causa de una dueña que por sus propias necesidades dejó de ver la naturaleza propia de su mascota y las posibles consecuencias de las acciones de este.

Perder de foco que los animales no humanos no son objetos, a pesar de las similitudes que tenemos con ellos, su conducta opera con base en mecanismos más primitivos en comparación a nosotros, ha tenido consecuencias graves.

Perder de foco que los animales no humanos no son objetos, que responden de forma diferente que nosotros porque, a pesar de las similitudes que tenemos con ellos, su conducta opera con base en mecanismos más primitivos en comparación a nosotros, ha tenido consecuencias graves: Mascotas convertidas en auténticas armas que son entrenados (y maltratados) para peleas ilegales; animales que atacan e incluso matan por el descuido en su vigilancia; razas con desventajas físicas derivado del capricho del hombre (como los pug); mascotas abandonadas debido a que crecieron y ya no son “juguetes” bonitos; el fomento de un mercado negro el cual se dedica al robo, explotación y venta de animales “exóticos” para fines domésticos. Obviamente estos ejemplos son un extremo, sin embargo, existen otras situaciones que son más sutiles y que considero que no se ha hablado de forma clara de los riesgos que en ello hay.


El giro drástico que está tomando el mundo ha dado un mayor peso a la importancia que tienen en el presente las mascotas. Debido al cambio de visión respecto a la vida de pareja, las generaciones jóvenes ya no son afines a la idea de tener hijos, algo que ha sido y es aún una demanda social, pues en la cultura es reflejo de estar haciendo lo correcto o que se está cumpliendo los socialmente esperado. Pensar que tener hijos evitará que las personas se queden solas, considerar que tener muchos hijos es una garantía para que los padres sean cuidado en su vejez, suponer que los hijos son la manera de unir a las parejas o matrimonios, asumir que los hijos son un sinónimo de la felicidad, etc.; todas son creencias alimentadas por planteamientos de vida erróneos que se han perpetuado durante generaciones hasta ahora.  

La cualidad de las mascotas de ser una muy buena compañía y fieles los hacen perfectos seres con quienes compartir tiempo, y claro, no sentirnos solos.

La cualidad de las mascotas de ser una muy buena compañía y fieles los hacen perfectos seres con quienes compartir tiempo, y claro, no sentirnos solos. Es importante esclarecer que, estar solo no es igual a la soledad. La emoción de soledad es un punto de malestar que nos indica que algo estamos necesitando, es el reflejo de un vació interno no atendido y que no se cubre fácilmente, aunque estemos rodeados de personas, mascotas o cosas; es decir, no es una mera cuestión de acompañarse. Es una manifestación de una problemática compleja que requiere de una atención mayor, y frecuentemente, de ayuda de un profesional de la salud mental, ya que, la soledad, frecuentemente se liga con enfermedades como la depresión.


Muchas familias, en el presente actual, se constituyen en ellos como pareja y una, dos, o tres mascotas. Existe un término que está en moda y describe perfectamente este fenómeno: perrihijos. Me genera ruido cada vez que escucho esta palabra por las implicaciones que conlleva: ver a los perros, y en general a las mascotas, como sustitutos de los hijos y darles un trato como si lo fueran. Todo ello alimentando por un mercado creciente que genera juguetes, accesorios, ropa, servicios, etc.; una industria similar a la industria infantil. Remarco lo “infantil”, pues el actuar de las mascotas se asemeja a la de los seres humanos infantes que es en parte lo que nos cautiva de ellos y es curioso que esto se olvide (o no se resalte) porque en el fondo manifiesta que, aunque se niegue, las mascotas cubren nuestra necesidad de ejercer la paternidad.


¿Es tan malo esto? No, no es malo, es peligroso a mi forma de ver. Algo que tendemos a olvidar fácilmente es que las reglas que rigen al resto del reino animal también se aplican a nosotros los seres humanos. La decisión de no tener hijos es un acto humano, sin embargo, no se nos dice que no solo es tomar la decisión, no, ahí no termina la cosa. Lo siguiente, y quizá lo más difícil, es mantener nuestra decisión, lo que conlleva enfrentar y lidiar con nuestras propias fuerzas biológicas internas que nos llaman y que son totalmente la manifestación de nuestra parte animal.


Por lo tanto, no tener hijos conlleva aprender a sortear con la presión social que probablemente no se detendrá (en dado caso que exista) una vez que se haga pública la decisión. Además, manejar nuestros impulsos biológicos paternos o maternos que nos harán cuestionarnos constantemente sobre nuestra decisión, al igual que los impulsos sexuales que nos demandarán ser satisfechos y que ello conlleva la posibilidad de un embarazo. También implica hacer frente al miedo a equivocarnos (en nuestra cultura es altamente condenado el errar), lo que dificulta ser sinceros con nosotros y rectificar nuestras decisiones cuando los resultados no son los esperado. En todos estos aspectos hay algo más presente, la incertidumbre. Es ese punto de malestar en el presente debido al no tener claridad respecto al resultado de algo en el futuro, porque solo a través del tiempo sabremos si nuestra decisión de no tener hijos fue la correcta o indicada para nuestras vidas.


Aldo Muñoz

Psicoterapeuta

aldo@aldomunoz.com

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