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Descubriendo EMILIA PEREZ (primera parte)

  • Foto del escritor: Aldo Muñoz Castro
    Aldo Muñoz Castro
  • 2 mar
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: 7 mar

Desde hace meses estoy atestiguando un bombardeo mediático en redes sociales, una ofensiva y contraofensiva a niveles nucleares que justificaría perfectamente el uso de la palabra “tóxico” como el producto de la nube radioactiva que está dejando una estela de podredumbre y destrucción que nos está asfixiando, al menos, a los amantes del cine. Este adjetivo calificativo trasciende su uso lingüístico y nos permite, de forma muy real, describir lo que está siendo, para el mundo de la cinematografía, la película En busca de Emilia Pérez (Emilia Pérez, 2024) del director Jacques Audiard.


Parece que la radiación que la película está emitiendo a su paso por las salas de cine y conforme la temporada de premios progresa, avanza destruyéndolo todo en la medida en que es aplaudida o criticada y conforme se le adjudican nominaciones y es premiada. El punto de quiebre fue México, la razón de esto es porque el filme del director francés se desarrolla en nuestro país. Lo que ha hecho tan incendiario este filme deriva de la forma en cómo trata el tema del narcotráfico y las personas desaparecidas. Hay que decir que lo que se vive en México respecto al crimen organizado, es algo que ha trascendido nuestro país y que se ha hecho visible a nivel mundial. La inmediatez que las redes sociales provocan, debido a la interconectividad del mundo, da pauta para abordar temas locales que, con unos cuantos clicks, se vuelven temas globales.


Es interesante leer la polémica que envuelve a esta cinta, lo más resalta a mi vista es notar la marcada polarización de quienes aprecian la película como un atractivo e innovador ejercicio artístico, versus a quienes la tachan de ser basura. La tajante discrepancia de miradas enardece más el conflicto, a lo que se sumó las situaciones que se han dado con sus protagonistas y director. Considero que la esencia del conflicto se centra en la realidad, un tema que me apasiona y me sigue intrigando conforme me esfuerzo por acercarme a un entendimiento profundo sobre esto en lo que montamos nuestras vidas.


El gran reclamo de México hacia la película Emilia Pérez es el retrato que hace de nuestro país, por lo que he podido ver en redes sociales, para muchas personas, la forma en que se representa a nuestra nación y su delicada situación con el crimen organizado cayó en lo caricaturesco, una expresión bizarra, descolocada, de un presente que es muy duró para México. No es lo mismo hablar de personas desaparecidas, de muertos, de narcotráfico, entre bailes y cantos que aligeran y distorsionan lo que implica realmente estos temas; a lo que implica vivirlo como los mexicanos lo vivimos: viendo imágenes de cabezas humanas a lado de narcocarteles (que buscan generar miedo, amenazar y amedrentar), de cuerpos colgando desde puentes, de ciudades que viven en cautiverio entre las balas de quienes buscan dominar un espacio, ser dueños de la “plaza”, seguir la hegemonía que les da las drogas y del poder y dinero que deriva de este. Desde este lugar, nada es divertido, ni artístico y, al contrario, todo es muy doloroso y entristecedor.


            De acuerdo con lo que muchos han expresado, la cinta no representa lo que es México, lo que se hace evidente desde el lenguaje, un español pobremente hablado, con acentos que no corresponden a los propios de nuestro país. Los conocedores de la lingüística afirman que lo hecho por este largometraje es un “brownface lingüistico”, es decir, caricaturizar algo real (una forma de hablar en este caso) que genera una visión poco empática, distorsionada y llena de estereotipos que hace una cultura respecto a otra. Lo que quizás es lo más importante por entender, es que esta forma de ver “al otro” es producto de la mirada de un grupo que ha tenido hegemonía sobre otro grupo. En este punto, por lo tanto, se hace muy necesario recordar al profesor Enrique Dussel (q.e.p.d). Si puedo mencionar una palabra que ilustra poderosamente el trabajo del gran (grandísimo) Dussel, esa palabra sería “eurocentrismo”. Deep Seek nos puede ayudar a describirlo como “una perspectiva o ideología que coloca a Europa, su cultura, historia y valores, en el centro de la interpretación del mundo, minimizando e ignorando las contribuciones y perspectivas de otras regiones y culturas”.


           En el complemento de esta idea, el eurocentrismo además de involucrar una interpretación del del mundo desde Europa, a su vez, marca la interpretación que esos países hacen de sí mismos. Es la visión de los “vencedores” sobre los “vencidos”, que los vencidos construyeron de sí mismos; de los “evangelizadores” sobre los “evangelizados” que los evangelizados definieron para sí; de los “humanos” sobre los “brutos” que permite a los “brutos” acercarse a “ser humanos”. Es delicado porque ignora lo que realmente fueron y hoy son esos lugares que fueron colonias muchas ya libres físicamente, pero, justamente, la película nos muestra que ideológicamente aún no logramos esa “liberación”. Insisto en que esto es el meollo del asunto: la realidad que se plasma en la película (eurocéntrica) y nuestra realidad que se evidencia a partir de lo que provoca esta cinta (seguir trabajando para descolonizarnos, deseurocentrificarnos), un choque producto de la dolorosa realidad que el narcotráfico marca en México. 


            El reto que implica la descolonización de la que también Dussel habló y en particular me atreveré a hablar de una descolonización psicológica, sería el no enardecernos por la caricatura que el otro (el director francés) hace de nosotros, porque evidencía como desde nuestra psique continuamos sintiéndonos oprimidos por el “colonizador” (que seguimos teniendo inconscientemente internalizado) porque le dimos mucha importancia a su acción, como si fuera un ataque directo a nuestro ser, una imposición, un pie que quiere nuevamente aplastarnos y no pudimos entenderlo como la acción desde la ignoración e ingenuidad de alguien que se ve, se cree y se vive como si fuera el centro.


Esto último fue lo que pasó con el director Jacques Audiard y con su filme, al no darse cuenta de lo ciego de su visión y de la interpretación que impregnó en su obra, no notó y no entiende que cayó en un acto eurocéntrico y, aterrizándolo desde la visión de la psicología clínica, muy narcisista. Un acto narcisista desde dos niveles: desde el sentirse superior por ser cineasta y pensar que su trabajo era una obra impecable de arte (mundo al que accedió gracias a su entorno familiar (no busco devaluar su trabajo, pero mucha gente que ocasiones enaltecemos y catalogamos de “genios”, son personas que desarrollan sus habilidades, gracias al punto en donde nacieron y se desarrollaron, lo cual no es bueno, ni tampoco es malo, simplemente es parte de la vida pero ya es necesario colocarlo en un sano punto medio), y desde su presunción e interpretación del mundo al ser europeo (nuevamente nacer en Francia y, por lo tanto, en Europa e interpretar el mundo desde esa visión sin cuestionarla o darse cuenta de dónde está parado y los sesgos que están implicados).


Con lo plasmado hasta ahora, es posible comprender el asombro de Audiard por el revuelo que su película ha generado y nos ayuda a comprender el por qué no logra entender el odio que ha levantado su trabajo. También, nos permite comprender porque fue tan incendiario que dijera, parafraseándolo, que no necesito investigar más de México para hacer la película. Desde su visión los elementos que tomó de México son su escenografía, el espacio donde monto su idea que partió de la pretensión de ser una ópera. México es el pretexto, sin embargo, es una “escenografía” desde la visión colonial y eurocéntrica, que cae en lo caricaturesco y que contrasta con lo que, por ejemplo, hizo Disney al realizar la película “Coco”. También nos permite comprender el por qué, temerariamente, manifestó que el español es un lenguaje de países pobres (la declaración es más extensa). Todas estas afirmaciones, de nuevo, son la expresión de una visión asentada desde el eurocentrismo. Por desgracia, nuestro odio, es una respuesta asentada desde nuestra colonialidad y asimilación eurocéntrica de nosotros mismos.


Lo que nosotros necesitamos es aprovechar este tipo de cosas como oportunidades para psicológicamente descolonializarnos, pelear, pero para buscar “ser” y “existir” fuera de ese mundo eurocentrista y de esa visión colonial. Es primero sacarlo de nosotros los colonizados para romper con el dominio que aún ejercer el colonizador dentro de nosotros, desde nuestra psique, porque de esa forma podremos enfrentar con certeza y fuerza las acciones que pretendan regresarnos al mismo lugar (ser colonias) y enfrentar las acciones neocoloniales que si se están dando en nuestro presente inmediato (neocolonialismo representado, por ejemplo, por los Estados Unidos de América respecto a la América Latina). Descolonizarnos es ser capaces de apreciar la expresión del “otro” desde donde habla, si lo comprendemos, no lo atacamos; si no lo atacamos, lo podemos cuestionar; si lo cuestionamos, lo podemos cambiar; si lo cambiamos, cambiamos al otro y nos cambiamos a nosotros. Si logramos todo esto, nos transformamos y nos hacemos libres. (continúa)



 
 
 

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