Un adiós es para siempre
- Aldo Muñoz Castro

- 16 jul 2024
- 7 Min. de lectura
Actualizado: 13 ago
En los viejos tiempos el decir “adiós” significaba en verdad la posibilidad de no ver jamás y no volver a saber nada de alguien. Hoy en día, con la interconexión que tenemos es casi imposible que esto suceda.

Para quienes se mudaban de un lugar a otro el hecho se volvía un tremendo evento traumático debido a que se golpeaba una parte que es fundamental para los seres humanos, nuestras redes sociales. El término se usa diferente a como el groso de la población lo entiende en el presente. Una red social, desde la psicología, es todo ese conjunto de personas con las que tenemos una relación y que nos proporcionan cosas que ayudan a nuestro bienestar. Un rato de diversión, afecto, compañía, ayuda en momentos difíciles, apoyo económico, apoyo moral, orientación, etc. Las redes sociales son vitales por lo que nos dan.
Su construcción no es fácil, sobre todo para quienes tienen dificultades para vincularse. Por desgracia, y no es una coincidencia siniestra, quienes tienen una red social limitada son frecuentemente personas que pueden padecer algún trastorno mental, o padecen dificultades emocionales, o tienen problemas graves en su vida, o se les dificulta adaptarse. Para algunas intervenciones psicoterapéuticas son fundamentales y más, hoy en día, debido a que la familia y su dinámica se ha transformado tanto que ha tenido como consecuencia que las familias sean más pequeñas (una red familiar reducida) o que ya no solo sean de "sangre".
Decir adiós era una experiencia muy dolorosa, en el mundo de hace años significaba, por el contexto de aquel momento, que ya no volveríamos a ver a esa persona de la que nos despedíamos. Como pasaba en las películas de antaño, los momentos más emotivos eran las despedidas: Del viejo amor, de ese que ya no regresaría, del que se perdía para siempre. Despedirse en el fondo no significa otra cosa que el inicio de un proceso de duelo. Sí, hablamos de las pérdidas. Cada vez que pienso en el perder, me queda más claro que en la vida son una constante y que nos hemos negado a verlas como algo natural, solo las asumimos como un atentado hacia nosotros. Por tanto, se vuelven lo no deseado, lo que no se quiere, lo que hay que impedir. Esta forma de vivir las pérdidas nos ha provocado graves problemas.
Al momento de la partida de un ser querido, donde la muerte es la razón de la despedida, la familia del ser ausente se reúne para dar un último adiós. La causa por la que antes, en algunos lugares, los velorios duraban días, era para darle la oportunidad a todo aquel allegado al difunto de que tuviera tiempo para enterarse, tiempo para llegar y "alcanzar a despedirse"; si no se lograba, esa persona cargaba con eso por el resto de su vida. Este acto, siendo sinceros, es más para la persona que sigue viva que para quien parte, es una necesidad de los vivos sentir que quedó resuelto todo asunto con aquel que se marchó para evitarnos el lastre emocional de esa deuda.
De hecho, hoy en día cuestiono esta "necesidad" de despedirnos de las personas que se van de este mundo. Me pregunto que tanta diferencia hace este acto, sobre todo porque hay muchos que no lo puede hacer (por la muerte repentina del otro, por la distancia a la que estaban del difunto, etc.) y eso veo que les deja un pesar que es muy lastimoso y difícil de resolver porque el otro ya no está. Me parece que mucho de ese pesar deriva de la idea cultural sobre el adiós como un acto fundamental, y no niego el peso que tiene, sin embargo, me parece que eso tiende a nublar lo que para mí tiene más peso emocional: Todas la vivencias que tuvimos con el ausente, vivencias que muchas veces no valoramos porque negamos la que quizás es la mayor de las emociones, y no me refiero al amor, me refiero al miedo a la muerte.
El miedo a la muerte es fundamental porque le da fuerza a la vida, porque si yo entiendo que lo que estoy viviendo con el otro puede ser la última salida juntos, el último abrazo, el último baile, el último beso, aprenderíamos a valorar a las personas de nuestra vida de otra forma. Sin embargo, tendemos a querer evitarlo porque implica que eso bonito que estoy viviendo tenga un matiz de dolor y el dolor es desagradable y no deseable. Esa es la esencia del adiós, buscar, ante la partida de nuestra vida del otro, ese punto de "cierre" tan necesario para que eso que esta pasando termine de doler, para que ahí acabe y que nunca se vuelva a presentar. Una gran mentira la que nos hemos contado.
El mundo ha cambiado. Vivimos en un espacio revolucionado y modificado, en gran parte, a mi consideración, por el avance tecnológico derivado de los teléfonos móviles. El subproducto derivado de esto son las redes sociales (ahora si hablo de las aplicaciones), es, hasta ahora, el último giro de tuerca de esta transformación. Todo este movimiento humano ha modificado la forma en que nos despedimos y "cerramos ciclos", palabra muy usada en la actualidad pero, en mi presente y a mi consideración, carente de sentido. Su idea implica los mismo que el adiós, es decir, que ante alguna vivencia de la vida, acabemos con todo lo relacionado con eso hecho, borrarlo de nuestra vida para que ya no duela, de nuevo, que gran mentira. Para mi la premisa no es otra: lo que vivimos tiene permanencia. Por lo tanto, no "cerramos" los hechos de la vida, porque siempre estarán presentes de una u otra forma y, lo importante, es como aprendemos a lidiar o elaborar esto a través del tiempo. Por lo tanto, ya no solo se trata de decirle adiós a algo o alguien, implica más, mucho más.
Como expuse antes, en los viejos tiempos, el decir “adiós”, significaba en verdad la posibilidad de no ver jamás y no volver a saber nada de alguien. Hoy en día, con la interconexión que tenemos es casi imposible que esto suceda, quizá quienes no son poseedores de redes sociales llegan a ser la excepción, pero lo cuestiono. Por un lado, esto nos enriquece, porque nos permite reencontrarnos con personas o estar en contacto con otras, sin importar la distancia que exista de por medio. Por el otro lado, evidencia nuestra incapacidad para tener separaciones sanas o "desprendernos" de alguien, lo que se evidencia en acciones como "stalkear" a alguien, crear perfiles falsos para seguirla o bloquearla de nuestras redes sociales (acción que no es resolutoria, sobre todo si después las desbloqueamos).
Me sorprende como el alcance de la tecnología traspasa hasta lo profundo de la humanidad. Hoy en día decir “adiós” es diferente. Amigos que se mudan a otros países, cambios de trabajo, fines de ciclos de estudio (fin de la preparatoria o universidad), etc.; en el altamente tecnológico mundo actual, si nuestro deseo es hacerlo, podemos seguir en contacto con las personas que han formado parte de una etapa de nuestra vida y eso no es menos que maravilloso porque nos enriquece. En su contraparte, nos coloca ante nuevos retos: aprender a establecer límites; mantener una sana distancia con alguien con quien sabemos que podemos "abrir la puerta" fácilmente; mantener una sana relación con esa personas que sabemos que, si la buscamos, nos contestará o incluso podremos tener "un encuentro causal". Con esto que escribo, no pretendo generar una negación hacia las perdidas, más bien busco plantearlas de forma clara porque en el en el mundo de hoy, “un adiós ya no es para siempre”.
Esta nueva dificultad para separarnos de los demás nos muestra lo profundo que son las conexiones emocionales que podemos generar con las personas, sobre esto aclaro que, cuando hablo de conexiones, no se limita solo a emociones placenteras, la forma en que nos conectamos con los otros es mucho más compleja. Es por esto que, por ejemplo, vivir la pérdida de una pareja en la actualidad se hace más difícil porque estamos conectados por las redes sociales, lo que implica amigos en común, actividades mutuas, gustos compartidos, recuerdos, etc. Esta interconexión hace que no podamos “soltar al otro” o que el otro no nos suelte, por esta misma razón es que este término me parecen inútiles, aunque sigo escuchándolos a cada momento como un mantra del deber ser. Para mi solo manifiestan la imposibilidad de "alejaros" tan fácilmente como se nos dice, porque no entendemos todo lo que nos mantiene conectados al otro.
Toda esta interconectividad nos evita vivir nuestras pérdidas, las congelamos, las dejamos pendientes. Situación que puede ser muy perjudicial para algunos, porque hace que los límites se rompan y busquemos nuestro objeto de placer (el otro) que nos evitar sentir nuestro dolor; impide que exista un espacio de reflexión donde el dolor se viva, donde se aprenda y, además, se rompe con la posibilidad de concientizar para cambiar y crecer. Tenemos ante nosotros un auténtico reto, el comenzar a trabajar sobre las formas en que las personas aprenden a vivir con las experiencias de la vida, con su dolor, por lo tanto, no se trata de "olvidar", "cerrar ciclos", "soltar", "dejar atrás" y, menos, de "superar". El hecho es que esas personas fueron, son y serán parte de nuestra vida y el reto es como aprendemos a lidiar o elaborar esta realidad y, en mi opinión, el reto aumentará, porque la tecnología sigue avanzando y cada vez estamos más interconectados.
Por lo tanto, la invitación que les hago es a darnos permiso y darnos a la tarea de aprender a vivir nuestras pérdidas, cuestionar más qué significa este término en nuestra modernidad y pensar que tan necesario es decir adiós cuando realmente no terminas algo con el otro, nuestra relación sigue, pero ahora con un matiz distinto: el otro a la distancia de nuestra vida y haciendo la suya, con una conexión que ahí perdurará (algo del otro "vive y se queda en nosotros") y que nos tocara, a través del tiempo, aprender a elaborar, acomodar y lidiar con ese hecho, por esto es que les digo que un adiós ya no es para siempre y quizás nunca lo fue.



Comentarios